Nuestro cuerpo está diseñado para vivir en carencia y abundancia intermitente para quemar la grasa corporal, utilizarla como energía y convertirse en nuestro combustible principal para obtener flexibilidad metabólica.
Practicar el ayuno intermitente nos permite acceder a este estado de nuestros orígenes, y es un estilo de vida que no requiere de sacrificio diario, basta con crear el hábito. Antes de comenzar a realizar el ayuno intermitente, se tiene que preparar al cuerpo con la toma de comida fresca, natural, preferiblemente ecológica y no procesada, que no demande glucosa cada 2 o 3h.
Al realizar el ayuno modulamos la grelina, hormona secretada principalmente por el estómago, que regula el apetito y reduce la ansiedad por comer.
Lo que queremos es conseguir que nuestro cerebro recupere las señales de hambre real y saciedad, ya que con la ingesta continuada de azúcares se atrofia. La dieta low carb es la más indicada para regular la glucemia en sangre. Esta dieta limita o elimina los cereales, las legumbres y las frutas de elevada carga de carbohidratos, y en compensación aporta grasas de calidad ecológicas, tanto saturadas como insaturadas.
La población ha grabado a fuego en el subconsciente que las grasas son malas y engordan, siendo un concepto erróneo y obsoleto. Las hay buenas y perjudiciales. Las grasas tienen muchas funciones y sobre todo son esenciales cuando sufrimos ciertas enfermedades.
Son precisamente la ingesta de grasas de calidad las que nos van a permitir poder realizar ayunos de 16 horas o más, y experimentar un cambio trasformador teniendo más energía durante más tiempo.
Hoy la ciencia demuestra los innumerables beneficios que supone ayunar, uno de ellos la llamada “autofagia” que se pone en marcha a partir de las 16h de ayuno. La autofagia es el proceso de limpieza celular que destruye orgánulos subcelulares y reconstruye nuevos reemplazándolos. La autofagia evita acumular proteínas viejas como ocurre en el Alzehimer y el cáncer, enviándolas al lisosoma de la célula que contiene enzimas para su destrucción.
Cuando vivimos desapegados de la comida nos sentimos más libres y felices, convirtiéndose en un placer más; estando la comida a nuestro servicio y no a la inversa.